Hace unos días este mismo blog hacía referencia a la presencia arrolladora de las IA en el ámbito de la generación del lenguaje, la automatización de las tareas lingüísticas y las diferencias entre la traducción humana y la traducción obtenida mediante herramientas informáticas. Siguiendo esta misma línea de pensamiento, hoy reducimos los rasgos de la traducción a su mínima expresión con el objetivo de obtener una modesta definición de trabajo: la traducción consiste en sustituir unas palabras por otras para expresar el mismo mensaje en una lengua diferente.
Es una descripción sencilla y susceptible de recibir críticas, en su mayor parte, debido a la completa ausencia de matices. Sin embargo, basta para establecer el punto fundamental en el que la traducción humana se diferencia de la traducción automática: la traducción humana parte de las ideas y busca las palabras para revestirlas, en tanto que la traducción automática parte de una forma verbal y se esfuerza para encontrarle un equivalente. Mientras la máquina no deje las palabras en un segundo plano y consiga acceder a la comprensión de las ideas, lo que pierda en la traducción puede llegar a ser bastante más de lo que conserve. Nadie niega que las herramientas computarizadas sean más rápidas y exactas que cualquiera de nosotros; no obstante, ese es también su talón de Aquiles. Esas mismas tecnologías concentran toda su potencia en elementos del lenguaje que no constituyen el núcleo de la traducción, pero siguen sin ser capaces de desarrollar mecanismos que puedan recuperar los datos que se escapan por los agujeros cuando tienden las redes de la comprensión.
LA IDEA Y LA PALABRA
El proceso de traducción pasa necesariamente por la desverbalización, quizás el mecanismo más importante para la traducción humana. La desverbalización consiste en desvestir el texto de origen y trabajar con las ideas que contiene, para las que debemos buscar las palabras adecuadas que transmitan su significado. Cuando trabajamos con idiomas cercanos, como las lenguas romances o incluso el inglés, este proceso tiende a pasar desapercibido, puesto que las estructuras lingüísticas a menudo son similares. Cuanta mayor es la distancia entre la lengua de origen y la lengua meta, con mayor claridad se percibe el peso de la desverbalización. Cuando dos lenguas no están en contacto, desarrollan sistemas diferentes para «decir las cosas», lo que significa que limitarnos a sustituir palabras arrojará un mensaje muy diferente al que pretendíamos. A este respecto, el problema de las herramientas informáticas no radica tanto en su ineficacia para llevar a cabo estas tareas como en su incapacidad para detectar que hay algo que se les escapa entre los dedos.
Las referencias culturales
Las referencias culturales van más allá de la mención a un personaje, un libro o un acontecimiento histórico desconocido para el lector de la lengua meta. La cultura está arraigada en el modo en el que decimos las cosas y, a medida que pasa el tiempo, cada vez tiene menos que ver con las palabras. Una novela japonesa en la que se hable de «lo bonita que está la luna esta noche» dice bastante menos de la luna que de las emociones de los personajes. Para la traducción automática, solo se habla de un elemento (luna) con un atributo (hermosa); para el traductor humano hay aquí un recurso tradicional para realizar una declaración de amor velada. Si bien la traducción automática es correcta porque luna=luna y hermoso=hermoso, por el momento el ser humano es el único capaz de detectar: a) la carga cultural de este mensaje, b) el peso del contexto para saber si la afirmación es literal o metafórica y c) qué palabras hace falta añadir en castellano para que el lector español reciba la misma información que el lector japonés.
Tipos textuales
Si en un primer momento hablábamos de referencias culturales, cabe mencionar ahora la tipología textual. Los manuales de instrucciones, los artículos académicos, las novelas de misterio, los cuentos infantiles, los monólogos cómicos, los textos publicitarios, los eslóganes de campaña... Los rasgos de cada uno de estos textos difieren entre una lengua y otra. El manual de un juego de mesa no se expresa igual en castellano que en japonés, siguiendo con el mismo ejemplo de lengua distante. La gracia de un diálogo cómico no reside en los mismos puntos. El idioma de origen estructura la información de cierto modo, explicita unos elementos, reitera otros y omite los de más allá por considerarlos innecesarios, mientras que el idioma meta puede haber adquirido, por tradición, un conjunto diferente de reglas para dar forma a ese mismo tipo de texto. El traductor humano lo sabe y lo adapta para que el lector tenga la sensación de «estar leyendo una novela» o de «estar leyendo un reglamento», en tanto que por el momento las herramientas automatizadas carecen de la capacidad para entender el texto a nivel de conjunto y aplicar estos cambios. Como consecuencia, es posible que el lector se pierda en un ritmo de texto que se le hace extraño, con reiteraciones que parecen contradecirse, o que incluso sea incapaz de comprender las instrucciones del juego porque, sencillamente, en su lengua las cosas no se explican así.
Elementos contextuales
Bajo este paraguas improvisado recogemos todos aquellos elementos que, en términos estrictos, se salen del texto y que, por lo tanto, un motor de traducción, centrado en el análisis de las palabras, no puede detectar. Podría tratarse de los rostros distorsionados en un cómic para expresar un golpe de humor, de la música motivacional de una película o de cualquier frase para la que no haya una sola lectura porque ha sido redactada con el objetivo de crear ambigüedad. En el primer caso quizás sea necesario olvidarse de las palabras originales para crear un chiste ad hoc que funcione en castellano, como ha podido verse en los últimos días, y con éxito, en la serie The Last of Us. En el segundo, el esfuerzo puede centrarse en generar un discurso que adapte su energía a la del contexto cinematográfico (planos, movimiento, música, efectos de sonido, etc.) mediante mecanismos diferentes a los que emplea el discurso original. Y en lo que a la ambigüedad se refiere, hemos tocado hueso. Tendemos a pensar que cada unidad de sentido transmite un mensaje único: solo hay una lectura posible para una combinación de palabras. Sin embargo, los acertijos, los misterios y los dobles sentidos forman asimismo parte del lenguaje. En este caso la desverbalización es más importante que nunca, puesto que nos permite analizar las diversas opciones de significado tras esa frase y encontrar la forma de no cubrir solo una de ellas, sino todas las posibilidades. Sí, podríamos pasarnos horas discutiendo las últimas palabras de Gandalf antes de caer en Moria a manos del Balrog.
En resumen, la comprensión de un texto no equivale a la suma de la comprensión de cada una de sus palabras. Al contrario, la versatilidad y la riqueza del lenguaje radican en todo aquello que no vemos y que aun así percibimos. Hasta que las máquinas encuentren el modo de analizar estos resquicios invisibles del lenguaje —donde, poéticamente, podríamos decir que se cuela el alma humana—, aquello que transmite la traducción automática tan solo abarcará un porcentaje muy limitado de lo que el autor trataba de transmitir.
Autora: Maite Madinabeitia
Traductora: Katie L. Wright
Correctora: Elisabet Pina
2 comentarios
Adriana 3 de julio de 2023 3/7/23
Gloss it 3 de julio de 2023 3/7/23